Los procesos de Desinversión son generalmente procesos traumáticos, no sólo para el equipo directivo sino también para todos los integrantes de la empresa tengan o no trayectoria en la misma.
El desprendimiento de un activo generalmente es una situación dolorosa, el dejar de contar con la empresa que el dueño formó, el sentido de propiedad o pertenencia, son pérdidas, que, al sentirlas propias, generan un vacío que tarde o temprano deberá asumirse.
Cualquier proceso de desinversión que se detenga, se postponga o lisa y llanamente fracase, generará daños tremendos en la compañía sean desde el punto de vista financiero, operativo o humano.
En relación con este último, los equipos generalmente quedan muy golpeados, las personas que quedan dentro de la empresa buscan de todas formas abandonarla, dejando a esta totalmente expuesta.
Las frustraciones por no contar con la carrera a la que se aspiró, la nueva cultura, la nueva forma de tomar decisiones, el sentido de pérdida de poder, son sensaciones encontradas que rompen con la realidad a la que se aspiraba.
Ese sueño tan anhelado de seguir a un líder o a una persona que persigue un sueño y es admirado, genera una sensación de ausencia o falta que nunca se volverá a recuperar.
El proceso de desinversión de un negocio comienza a partir de la planificación de la situación de la compañía con una mirada en perspectiva futura.
No es soslayable que esto debe comenzar por una visión del contexto en que se operará, máxime aún cuando estamos inmersos en un mundo volátil y cambiante, donde las disrupciones de lo que estamos haciendo están a la orden del día.
Esto significa que necesitamos conocer cuales son los determinantes de nuestro negocio, así como las variables independientes que harán que, controlables o no, tengan impacto, predecibles o no, en nuestro negocio.
El mapeo de la posición competitiva de la compañía es clave, y sobre todo mirándolo en perspectiva futura.
Pérdidas de volúmenes de negocios, caída sistemática de márgenes, pérdida de competitividad en costos, inversiones de capital significativas, disrupción de la tecnología, entre otros, son algunas de las variables a considerar sobre el futuro de la empresa.
La mentalidad de pensar en vender la empresa es una idea o alternativa que el directorio o el dueño debe tomar en consideración al menos con una revisión periódica.
Es decir, en esa mirada hacia adelante es de considerar a la venta del negocio, fría y llanamente, como una alternativa a seguir, la que arrojará un valor emocional y real que debe ser mensurado cuantitativa y cualitativamente.
Desde la perspectiva emocional, el desprendimiento de aquello que se construyó durante tantos años y hasta inclusive por generaciones, no debería limitar, o al menos que no deje evaluar, la posibilidad de venta como un camino a seguir.
Esta idea invita a reflexionar sobre las vivencias futuras del dueño, reclamos o no sobre uno mismo, son desafíos con los que hay que exponerse o confrontar antes de tomar la decisión.
Todo esto es un camino o proceso que hay que transitar periódicamente, de manera de lograr que esta idea madure, independientemente del resultado, en el interior, para tomar la decisión en el momento adecuado.
Un soporte externo puede ser una guía, siempre que sea en forma desinteresada, e invite a reflexionar sobre el proceso a seguir y no sobre la decisión, pero es el mismo dueño el que en su fuero interno debe realizar esta evaluación.
Es de vital importancia para el éxito de estos procesos contar con la decisión inmodificable del directorio o del dueño, ya que el impacto por cualquier cambio en la marcha afectará la real operación del negocio, generando desalineamiento y pérdida de un sentido único de actuación.
Su extensión es muy variada, depende de la urgencia en cerrar la negociación, la disponibilidad del equipo de trabajo para llevarla adelante, y sobre todo de la decisión del directorio o del dueño en avanzar con el proceso.
Las desinversiones deben empezar y terminar sin dudar sobre la decisión tomada.